martes, 29 de marzo de 2011

...Algunos hombres buenos...

Hace unos días, navegando por el entresijo de caminos que componen el loco mundo de internet, descubrí un artículo en la versión digital de la revista "Rolling Stone". Me sorprendió bastante, porque soy asiduo a comprar la misma todos los meses en versión papel, me hace sentir bien el camino hacia el kiosko esa mañana de primeros de mes, el aire fresco, el trajín de la gente que viene y va, y sobre todo el echar un ojo rápido a las páginas antes de leerla detenidamente en casa. Pero indagando por la versión digital descubrí que diariamente suben artículos nuevos que no aparecen en la edición paralela, y el título del artículo me yamó la atención, hasta tal punto que lo devoré del tirón, y sin duda me hizó pensar y mucho, sobre lo que actualmente entendemos por libertad de expresión y sus consecuencias.


Me ha parecido oportuno trasladarlo íntegro para que cada cual saque sus conclusiones.




"El hombre más peligroso del ciberespacio"

 

Jacob Appelbaum, el ‘hacker’ americano detrás de Wikileaks, lucha contra los regímenes represivos en todo el mundo. Y ahora huye de su propio gobierno. Por Nathaniel Rich 

Jacob Applebaum en las oficinas de Noisebridge, el colectivo 'hacker' que él fundó en San Francisco, antes de que el FBI empezara a seguirle.

 
El 29 de julio, a la vuelta de un viaje a Europa, Jacob Appelbaum, un tipo de 27 años sencillo y desgarbado con una camiseta en la que rezaba el lema “SÉ EL PROBLEMA QUE TE GUSTARÍA VER EN EL MUNDO”, fue detenido en la aduana por un grupo de agentes federales. En la sala de interrogatorios del aeropuerto Liberty de Newark (Nueva Jersey, EE.UU)) fue interrogado sin piedad acerca de su papel en Wikileaks, la web de filtraciones que ha puesto al descubierto los informes de inteligencia mejor guardados del Gobierno estadounidense. Los agentes hicieron fotocopias de sus recibos, se incautaron de tres de sus móviles  -posee más de una docena - y confiscaron su ordenador. Le informaron de que estaba bajo vigilancia gubernamental. Le interrogaron acerca de los 91.000 documentos militares clasificados que Wikileaks había publicado la semana anterior, una filtración que Daniel Ellsberg, activista en la época de la guerra de Vietnam, denominó “la mayor revelación no autorizada desde los papeles del Pentágono”. Le exigieron información sobre el lugar donde Julian Assange, el fundador de Wikileaks, permanecía escondido. Le presionaron para que les hablara de sus opiniones sobre la guerra en Afganistán e Irak. Appelbaum se negó a contestar. Al final, después de tres horas, fue liberado.
Appelbaum es el experto que confeccionó el software que hizo posible las filtraciones. De alguna forma es la versión estrafalaria de Mark Zuckerberg: si la ambición de Facebook es “hacer del mundo un lugar más abierto y mejor conectado”, Appelbaum ha dedicado su vida a luchar contra lo anónimo y lo privado. Un chico callejero y anarquista criado por un padre heroinómano, que dejó el instituto, y aprendió por sí mismo las complejidades del código, desarrollando por el camino una saludable paranoia. “No quiero vivir en un mundo en el que las personas estén constantemente vigiladas”, dice. “Quiero estar solo el mayor tiempo posible. No quiero que un rastro de datos cuente una historia que no es verdadera”. Hemos transferido nuestra información más íntima y personal –nuestros datos bancarios, direcciones de correo electrónico, fotografías, conversaciones telefónicas e informes médicos – a las redes digitales, confiando en que todo esté cerrado bajo llave con algún código secreto. Pero Appelbaum sabe que esa información no es segura. Lo sabe porque él puede encontrarla.



 
Jacob Applebaum en Qatar, el año pasado.



Me lo demuestra nada más conocerle, la pasada primavera, dos semanas antes de que Wikileaks apareciera en todos los titulares de todo el mundo después de que sacaran a la luz un vídeo que mostraba a los soldados estadounidenses matando a civiles iraquíes. Le visito en su oscuro dúplex en San Francisco. Los únicos muebles que hay son un sofá negro, una silla negra y una mesita negra; una máscara de Guy Fawkes cuelga de una pared de la cocina. El suelo está lleno de bolsas con cierre que contienen paquetes de dinero extranjero: pesos argentinos, francos suizos, leis rumanos y viejos dinares iraquíes con la cara de Sadam Hussein en ellos. La bolsa con el nombre de “Zimbabwe” contiene un único billete de 50 billones. Muchas fotografías, la mayor parte de ellas hechas por Appelbaum, cubren la pared sobre su escritorio: chicas punk en poses seductoras y un retrato de su padre fallecido, un actor, fumando.
Appelbaum me habla acerca de uno de sus logros de piratería informática menos sorprendentes, un programa de software llamado Blockfinder. No era, dice, algo particularmente difícil de conseguir. De hecho, la palabra que él utiliza para describir la complejidad del programa es “trivial”, adjetivo que él y sus colegas hackers emplean frecuentemente dentro de frases del tipo “activar el cortafuegos chino es algo trivial”; o “acceder a cualquier cuenta de Yahoo atacando a las contraseñas es algo trivial”. Blockfinder te habilita a identificarte, contactar y potencialmente piratear cualquier ordenador del mundo.


"NO QUIERO VIVIR EN UN MUNDO EN EL QUE LAS PERSONAS ESTÉN CONSTANTEMENTE VIGILADAS. QUIERO ESTAR SOLO EL MAYOR TIEMPO POSIBLE...".
Me hace una seña para que me acerque a uno de sus ocho ordenadores y pulsa varias teclas, activando Blockfinder. En menos de treinta segundos, el programa hace una lista de todas las direcciones IP del mundo –ofreciéndole un acceso potencial a cualquier ordenador conectado a Internet. Appelbaum decide localizar y dirigirse a Birmania, un pequeño país con uno de los regímenes más represivos del mundo. Teclea las dos letras del código de ese país: “mm,” de Myanmar. Blockfinder empieza instantáneamente a escupir todas las direcciones IP de Birmania. Blockfinder le informa de que hay 12.284 direcciones IP localizadas allí, y todas distribuidas por proveedores de Internet gubernamentales. En Birmania, como en muchos países fuera de Estados Unidos, el Estado suministra el acceso a Internet a los usuarios. Appelbaum teclea algunas claves e intenta conectarse a todos los ordenadores que hay en el país. Sólo 118 responden. “Eso significa que casi todos los equipos en Birmania están bloqueados al mundo exterior,” dice. “Todos menos 118”. Estos 118 ordenadores que carecen de filtros sólo pueden pertenecer a personas y organizaciones a quienes el gobierno garantiza un acceso a Internet sin restricciones: políticos de confianza, los ejecutivos más importantes de las corporaciones estatales y las agencias de inteligencia.
“Ahora , atento”, dice Appelbaum, “viene la parte buena”.
Selecciona uno de los 118 equipos al azar e intenta entrar en él. Salta una ventana pidiendo la contraseña. Appelbaum echa la cabeza hacia atrás y estalla en carcajadas –un trino alegre, casi maníaco. El ordenador se conecta a través de un router fabricado por Cisco Systems, así que está plagado de puntos flacos. Acceder a él será algo trivial.
Es imposible saber qué hay al otro lado de la contraseña. ¿La dirección de correo electrónico del primer ministro? ¿El servidor de los servicios secretos? ¿El comando de la junta central militar? Cualquier tipo de información estará pronto en los dedos de Appelbaum.
¿Lo conseguirá?
“Podría”, dice Appelbaum, sonriendo. “Pero eso sería ilegal, ¿no?”.
Nadie ha hecho más para propagar el evangelio de la anonimidad que Appelbaum, cuya tarea diaria consiste en ser el rostro público del Proyecto Tor, un grupo que lucha por la privacidad en Internet mediante un programa de software que el Laboratorio estadounidense de Investigaciones Navales inventó hace 15 años. Viaja por todo el mundo enseñando a espías, disidentes políticos y activistas de los derechos humanos a utilizar Tor para evitar que los gobiernos más represivos del mundo puedan seguir sus huellas en la red. Se considera a sí mismo un fundamentalista de la libertad de expresión. “La única forma de continuar con el progreso para la raza humana es el diálogo”, dice. “Todo el mundo debería honrar los estatutos de Naciones Unidas en los que se dice que el acceso a la libertad de expresión es un derecho universal. La comunicación anónima es una buena forma de conseguirlo. Tor es sólo la herramienta que ayuda a propagar la idea.”
Sólo en el pasado año, Tor ha sido descargado más de 36 millones de veces. Un alto mando de la milicia iraní utilizó Tor para filtrar información sobre el aparato de censura de Teherán. Un bloguero tunecino en el exilio que vive en los Países Bajos usa Tor para escapar de la censura estatal de su país. Durante las olimpiadas de Pekín, los activistas chinos emplearon Tor para esconder sus identidades del Gobierno.
El proyecto Tor ha recibido fondos de grandes corporaciones como Google y Human Rights Watch, pero también del ejército estadounidense, que considera a Tor como una importante herramienta en los trabajos de inteligencia. Al Pentágono no le hizo mucha gracia, sin embargo, que Tor fuera usado para revelar sus propios secretos. Wikileaks funciona con Tor, lo que ayuda a preservar la identidad de sus informadores. Aunque Appelbaum es un empleado de Tor, trabaja también como voluntario para Wikileaks, junto a Julian Assange, su fundador. “La importancia de Tor para Wikileaks no puede ser infravalorada”, dice Assange. “Jake ha sido un  incansable propagador de nuestra causa”.


"EN EL BOLSILLO LLEVO DINERO, LA DECALARACIÓN DE DERECHOS Y UN CARNÉ DE CONDUCIR. NO LLEVO ORDENADOR, NI TELÉFONO. NO PUEDEN ARRESTARME", DIJO A LOS AGENTES DEL FBI.
En julio, poco después de que Wikileaks publicara los documentos clasificados de la guerra de Afganistán, Assange tenía previsto dar el discurso de apertura en Hacker on Planet Earth (HOPE) [Hacker en el planeta Tierra], una importante conferencia que tenía lugar en un hotel neoyorquino. Varios agentes federales se infiltraron entre el público, probablemente esperando a que Assange apareciera. Pero, cuando las luces se hicieron más tenues, no fue Assange quien subió al púlpito, sino Appelbaum. “Hola a todos mis amigos y fans en la vigilancia doméstica e internacional”, comenzó Appelbaum. “Estoy hoy aquí porque creo que podemos lograr un mundo mejor. Julian, por desgracia, no ha podido venir, porque en estos momentos no vivimos en ese mundo mejor, porque aún no lo hemos conseguido. Me gustaría hacer una breve declaración para los agentes federales que se encuentran al fondo de la sala y los que están en las primeras filas, y quiero ser muy claro: llevo conmigo, en el bolsillo, un poco de dinero, la Declaración de Derechos y un carné de conducir; eso es todo. No llevo ordenador, ni teléfono, ni claves, ni acceso a nada. No hay absolutamente ninguna razón por la que puedan arrestarme, ni molestarme. Soy americano, he nacido aquí y aquí me he criado, y no soy feliz. No soy feliz con la forma en la que van las cosas”. Hizo una pausa, interrumpida por un escandaloso aplauso. “Citando a Tron”, añadió, “yo lucho por el usuario.”








El fundador de Wikileaks, Julian Assange (izquierda), con Jacob Applebaum, en Islandia.

 
Durante los siguientes 75 minutos, Appelbaum habló sobre Wikileaks, alentando a los hackers presentes a convertirse en voluntarios para la causa. Entonces las luces se apagan, y Appelbaum, con la capucha de su sudadera negra sobre la cara, sale del auditorio escoltado por un grupo de voluntarios. En el vestíbulo, sin embargo, ya sin la capucha puesta, el hombre que aparece bajo ella no es Appelbaum en realidad. El verdadero Appelbaum se había marchado por la parte trasera del escenario y salió por una puerta de seguridad. Dos horas más tarde, se encontraba en un vuelo camino a Berlín.
Para cuando Appelbaum regresó a Estados Unidos, 12 días después, y fue detenido en el aeropuerto de Newark, los periódicos hablaban de que los documentos de guerra publicados identificaban a docenas de informantes, y posibles desertores, afganos que cooperaban con las tropas norteamericanas. (Al preguntar por qué Wikileaks no revisó los documentos antes de publicarlos, un portavoz de la organización culpó a la magnitud del volumen de información: “No puedo imaginarme que nadie fuera capaz de revisar 76.000 documentos”).
Marc Thiessen, un antiguo escritor de discursos de Bush, denominó a la organización “una empresa criminal” e instó al ejército estadounidense a perseguirles de la misma forma que a Al Qaeda. El republicano Mike Rogers, candidato por Michigan, dijo que el soldado que supuestamente había filtrado los documentos a Wikileaks debería ser ejecutado.
Dos días después, tras dar una conferencia para hackers en la ciudad de Las Vegas, Appel–baum fue abordado por un par de agentes secretos del FBI. “Nos gustaría charlar con usted unos minutos,” dijo uno. “Suponemos que tal vez no quiera hacerlo. Pero algunas veces es bueno tener una conversación para tener una visión completa sobre el tema”.
Appelbaum ha permanecido ilocalizable desde entonces –evitando aeropuertos, amigos, extraños y lugares inseguros; viajando por el país en coche. Ha pasado los últimos cinco años de su vida protegiendo a activistas por todo el mundo de los gobiernos represivos. Ahora él es un prófugo del suyo.
La obsesión de Appelbaum por la privacidad quizá podría explicarse por el hecho de que su infancia careció completamente de ella. “Vengo de una familia de lunáticos”, dice. “Verdaderos locos de atar”. Sus padres, que nunca se casaron, comenzaron una lucha por la custodia antes incluso de que hubiera nacido. Pasó los cinco primeros años de su vida con su madre, de la que dice que sufre de esquizofrenia paranoide. Ella insistía en que Jake había sufrido de alguna forma los abusos de su padre mientras estaba en el útero.
Su tía obtuvo la custodia cuando él tenía seis años; dos años después le dejó en el orfanato de Sonoma County. Fue allí, a los ocho años, cuando consiguió acceder a su primer sistema de seguridad. Un chico mayor le enseñó a conseguir el código PIN de un teclado: lo limpias muy bien y la próxima vez que un guarda introduzca el código, esparces tiza por el teclado y aparecerán las huellas digitales. Una noche, después de que todo el mundo se fuera a dormir, los chicos deshabilitaron el sistema y entraron en las instalaciones. No hicieron nada especial, simplemente se dieron una vuelta al campo de béisbol que había al otro lado de la calle, pero Appelbaum recuerda aquella noche con todo detalle: “Fue algo precioso, por un momento, sentirme completamente libre”.
A los 10 años, los tribunales decidieron darle la custodia al padre, con quien se había mantenido en contacto. Pero pronto su padre empezó a consumir heroína, y Appelbaum pasó su juventud viajando con su padre por el norte de California en autobuses Greyhound, viviendo en casas de grupos cristianos y en hogares de acogida. De vez en cuando su padre conseguía el dinero para alquilar una casa y la convertía en un antro de heroína, subarrendando las habitaciones libres a otros adictos. Todas las cucharas de la cocina estaban quemadas. Una mañana, cuando Appelbaum fue a lavarse los dientes, encontró a una mujer convulsionándose en la bañera con una jeringuilla colgando del brazo. Otra tarde, cuando volvió a casa de clase, encontró una nota de suicidio de su padre. (Appelbaum le salvó de una sobredosis aquel día, pero su padre moriría varios años más tarde en misteriosas circunstancias). La situación llegó a tal punto que ni siquiera podía sentarse en el sofá por miedo a pincharse con una aguja perdida.
Appelbaum, un extraño en su propia casa, abrazó la cultura de la exclusión. Solía frecuentar el centro comercial Santa Rosa mendigando. Vestía camisetas de chica con el lema I SATAN, llevaba el pelo teñido de púrpura, buscaba pelea con los fundamentalistas cristianos y se enrollaba con chicos a la puerta del colegio (Appelbaum se denomina a sí mismo “marica”, aunque ha tenido al menos una docena de relaciones heterosexuales en otros tantos países).
Cuando un amigo de su padre le ayudó a desarrollar su interés en los ordenadores y le enseñó un poco de programación básica, algo se abrió para Appelbaum. La programación y el sabotaje informático le permitieron “sentir que el mundo no era un lugar perdido. Internet es la única razón por la que sigo con vida”.
A los 20 años, se mudó a Oakland y empezó a proporcionar seguridad tecnológica a Rainforest Action Network [una organización de activistas medioambientales] y a Greenpeace. En 2005, unos meses después de la muerte de su padre, viajó solo a Irak, cruzando la frontera a pie, y montó unas conexiones a Internet por satélite en Kurdistán. Tras el desastre del huracán Katrina, condujo hasta Nueva Orleans, usando un carné falsificado de periodista para poder pasar el control de la Guardia Nacional, y montó puntos de acceso inalámbricos en uno de los barrios más pobres para permitir que los refugiados se inscribieran para conseguir viviendas a través de la FEMA [Agencia Federal de Gestión de Catástrofes].
Al volver a casa, empezó a experimentar con los billetes utilizados por la compañía de metro de San Francisco, BART, y descubrió que era posible conseguir billetes de manera ilimitada. En lugar de aprovecharse de ello, alertó a la compañía sobre esas vulnerabilidades. Pero durante esta conversación, Appelbaum aprendió que BART almacenaba permanentemente la información cifrada en cada billete –el número de la tarjeta de crédito utilizada, dónde y cuándo se realizó el pago -en una base de datos privada. Appelbaum entró en cólera. “Guardar esa información es algo irresponsable”, dice. “Yo pago mis impuestos, y nadie me dijo que iban a guardar mis datos. No es una decisión tomada democráticamente, es una directriz burocrática”.
Dadas sus preocupaciones acerca de la privacidad, es fácil ver la razón por la que Appelbaum acabó gravitando hacia el Proyecto Tor. Se ofreció voluntario como programador, pero pronto quedaría claro que su mayor habilidad radicaba en el proselitismo: proyecta la mezcla perfecta entre el entusiasmo y el temor. “Jake puede hacer de asesor mucho mejor que la mayoría”, dice Roger Dingledine, uno de los fundadores de Tor. “‘Si alguien te estuviera buscando, esto es lo que haría’, y entonces hace una demostración. La gente se vuelve loca”.
Internet, al principio ensalzado como una fuerza implacable de liberalización y democratización, ha acabado convirtiéndose en la herramienta definitiva para la vigilancia y la represión.
“Nunca puedes recuperar la información una vez ha sido mostrada”, dice Appelbaum. Y arruinar la vida de una persona requiere muy poca información. “Los peligros de la Red pueden permanecer como algo abstracto para la mayoría de los americanos, pero para mucha gente en el mundo, visitar páginas de acceso restringido o el simple hecho de decir algo controvertido en un correo electrónico puede llevarles a la cárcel, a la tortura o a la muerte”.
El año pasado, unos 60 gobiernos impidieron a sus ciudadanos el acceso libre a Internet. Se rumorea que China tiene empleados a unos 30.000 censores que han suprimido cientos de millones de páginas web y bloqueado un ridículo rango de términos –no sólo “Falungong”, “opresión” o “Tiannanmen”; también “temperatura”, “cálido”, “estudio”  y “zanahoria”.
  Una radiante tarde en San Francisco, antes de que Wikileaks dominara los titulares de todo el mundo, Appelbaum va vestido con su uniforme habitual de hacker: botas negras, calcetines negros, pantalones negros, gafas de pasta negra y una camiseta con otro eslogan (El de hoy es “Que se jodan los políticos, yo sólo quiero quemar cosas”).
Aunque su trabajo requiere que esté sentado en su mesa la mayor parte del día, raramente está parado. Se levanta a menudo y realiza una serie de breves y acrobáticos estiramientos. Apoya una pierna en la pared, hace crujir su cuello con fuerza, tira de su brazo por delante del pecho y, de la misma forma brusca, vuelve a sentarse.
Explica que tenemos que ir en taxi a recoger el correo. De la misma forma que si fuera un vegano estricto o un mormón, una vida completamente anónima requiere un enorme sacrificio. No es posible, por ejemplo, hacer que el correo te llegue a casa. Ni puedes poner tu nombre en el buzón.
Appelbaum recibe todo su correo en un buzón secreto, y un oficinista firma por él. Eso le permite –a él y a los disidentes y hackers con los que trata- utilizar el servicio postal de forma anónima. La persona Uno puede mandar un paquete a Appelbaum, que a su vez puede reenviarlo a la persona Dos. De esa forma, las personas Uno y Dos nunca entrarán en contacto directo ni siquiera a conocer sus identidades.
Tor trabaja de una forma similar. Cuando usas Internet, tu ordenador se conecta al servidor de la página que quieres visitar. El servidor reconoce tu ordenador, anota su dirección IP y envía de vuelta la página que has buscado. Es bastante sencillo, sin embargo, observar toda esta transacción para una agencia gubernamental o un hacker malintencionado -pueden controlar el servidor y ver quién se está conectando a él, o pueden controlar tu ordenador y ver con quién estás intentando contactar. Tor previene ese espionaje mediante la introducción de intermediarios entre tu ordenador y el servidor al que intentas conectarte.
Pongamos, por ejemplo, que vives en San Francisco y quieres enviar un correo electrónico a un amigo, un importante topo en la Guardia Revolucionaria de Irán. Si escribes el correo directamente a tu amigo, la red de la guardia podría fácilmente ver la dirección IP de tu ordenador, y a partir de ahí descubrir tu nombre e información personal. Pero si has instalado Tor, tu email sigue una ruta entre unos 2.000 repetidores –ordenadores que han instalado Tor – diseminados por todo el mundo. Así que tu mensaje rebota a un repetidor en París, que lo reenvía a un segundo repetidor en Tokio, que lo manda a un tercero en Ámsterdam, que finalmente se lo enviará a tu amigo en Teherán. La guardia iraní sólo puede ver que un correo electrónico ha sido enviado desde Ámsterdam. Alguien que esté espiando tu correo sólo vería que enviaste un correo a alguien en París. No hay conexión directa entre San Francisco y Teherán. El contenido de tu correo no está escondido -para ello, necesitas tecnología de encriptación- pero tu localización es segura.
Appelbaum pasa la mayor  parte del año impartiendo seminarios de formación de Tor por todo el mundo, a menudo de forma secreta para proteger a los activistas cuyas vidas corren peligro. Algunos, como los defensores de las trabajadoras sexuales del sur de Asia a los que enseñó, tienen limitados conocimientos en informática. Otros, como un grupo de estudiantes en Qatar, poseen unos sofisticados conocimientos: uno se ocupaba de  la red de censura gubernamental, otro trabajaba para una compañía petrolífera nacional, y un tercero había creado un foro en Al-Jazeera que permite a los ciudadanos enviar comentarios de forma anónima. En Mauritania, el régimen militar que gobierna el país acabó por abandonar sus esfuerzos por censurar Internet después de que un disidente llamado Nasser Weddady escribiera en árabe una guía para usar Tor y la distribuyera entre los grupos de la oposición. “Tor hizo que los esfuerzos del Gobierno resultaran completamente inútiles”, dice Weddady. “Simplemente no sabían cómo contrarrestarlo”.
Cuando distribuye Tor, Appelbaum no distingue entre gente buena o mala. “No conozco la diferencia entre una u otra teocracia en Irán”, dice. “Lo que es importante para mí es que la gente pueda comunicarse libremente sin vigilancia. Tor no debería ser considerado como algo subversivo, sino como algo necesario. Todo el mundo en todas partes debería ser capaz de hablar, leer y formarse sus propias opiniones sin ser controlado. Debería llegar un momento en el que Tor no sea considerado como una amenaza, y que todos los niveles de la sociedad confíen en él. Cuando eso pase, habremos ganado”.


"LA GENTE SE DARÁ CUENTA DE QUE GOOGLE TIENE TODO SOBRE TODO EL MUNDO. MÁS AÚN, PUEDEN VER QUÉ PREGUNTAS HACES, EN TIEMPO REAL. LITERALMENTE, LEEN TU MENTE".
  Como la imagen pública de una organización dedicada al anonimato, Appelbaum se encuentra en una precaria posición. El interés de Tor es tener tanta publicidad como sea posible –cuanta más gente permita que sus ordenadores sean usados como repetidores, mejor. Pero también vive en un estado de constante vigilancia, preocupado porque sus enemigos –hackers envidiosos, regímenes represivos extranjeros, su propio Gobierno– están atacándole. Tiene el compromiso de usar un sistema de dos niveles. Mantiene una cuenta de Twitter y ha publicado miles de fotos en Flickr. Aun así, toma exhaustivas medidas para prevenir que cualquier información personal se haga pública: números de teléfono, direcciones de correo electrónico o nombres de amigos.
“Existen diferentes grados de privacidad”, dice. “Lo normal en la actualidad es informar sobre los demás de una forma en que la Stasi nunca soñó. Yo no hago eso. No introduzco la dirección de mi casa en ningún ordenador. Pago el alquiler en metálico. Para cada cuenta por Internet, creo contraseñas al azar y nuevas direcciones de correo electrónico. Nunca firmo cheques, porque son inseguros: tu número de ruta y número de cuenta es todo lo que se necesita para vaciar tu cuenta. No entiendo cómo la gente puede seguir usando cheques. Son una gran locura”.
Cuando está de viaje, si su portátil ha permanecido fuera de su vista durante algún tiempo, lo destruye y lo tira; su preocupación es que alguien lo haya pinchado. A menudo ha tenido que emplear algunas medidas extremas para poder pasar copias de Tor por las aduanas en el extranjero. “He estudiado los métodos de los contrabandistas”, dice. “Quiero ganarles en su propio terreno”.
Me enseña una moneda. Luego la tira al suelo de su apartamento. Se abre. Dentro, hay una tarjeta microSD de 8 gigas. Contiene una copia de Tor.
A medida que Tor ha ido creciendo, la vigilancia gubernamental en Internet se ha expandido incluso más rápido. “Es increíble la cantidad de poder que puede acumular alguien que tenga acceso sin restricciones a las bases de datos de Google”, dice Appelbaum.
Como rápidamente indica, los regímenes represivos en el extranjero son sólo parte del problema. En los últimos años, el Gobierno estadounidense ha estado recopilando silenciosamente librerías de datos de sus propios ciudadanos.
Las fuerzas de seguridad pueden obligar a tu proveedor de Internet a facilitar tu nombre, dirección y registro de llamadas telefónicas. Con una orden judicial pueden pedir la dirección de correo electrónico de cualquier persona con la que te comunicas y las páginas webs que visitas. Tu proveedor de telefonía móvil puede localizarte en cualquier momento.

“No es sólo el Estado”, dice Appelbaum. “Si quisieran, Google podría derrocar a cualquier gobierno. Google guarda suficiente basura como para destruir todos los matrimonios en Estados Unidos”.
¿Pero no es Google una de las empresas que financian Tor?
“Me encanta Google”, dice. “Quiero a la gente que trabaja allí. Server Brin y Larry Page molan. Pero me aterra la siguiente generación que llegará. Una dictadura benevolente sigue siendo una dictadura. En algún momento la gente se dará cuenta de que Google tiene todo sobre todo el mundo. Más aún, pueden ver qué preguntas haces, en tiempo real. Casi literalmente, pueden leer tu mente”.
Ahora, en medio de la controversia con Wikileaks, Appelbaum ha desaparecido, escondiéndose incluso de sus amigos más cercanos. Sospecha que sus teléfonos están pinchados y que está bajo vigilancia. Una semana después del interrogatorio en Newark, me llama desde un lugar indeterminado, después de pasar mi petición a una serie de intermediarios. La ironía de su situación no le pasa inadvertida.


  “Usaré Tor mucho más de lo que lo he hecho hasta ahora, y lo he usado un montón”, dice, con una voz sobria. “Me he convertido en uno de esos tipos a los que he pasado mi vida protegiendo. Será mejor que siga mis propios consejos”.

3 comentarios:

  1. Buah! como para no leertelo del tirón!
    Muy interesante, marketes

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  2. jajaajaja putos piratas cibernetikos!
    a seguir asi guapo!

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  3. ^^ jejeje me gusta que compartamos cosas interesantes... somos gente interesante

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